miércoles, 22 de septiembre de 2010

No me arrepiento de nada, Gioconda Belli

Desde la mujer que soy,

a veces me da por contemplar

aquellas que pude haber sido;

las mujeres primorosas,

hacendosas, buenas esposas,

dechado de virtudes,

que deseara mi madre.

No sé por qué

la vida entera he pasado

rebelándome contra ellas.

Odio sus amenazas en mi cuerpo.

La culpa que sus vidas impecables,

por extraño maleficio,

me inspiran.

Reniego de sus buenos oficios;

de los llantos a escondidas del esposo,

del pudor de su desnudez

bajo la planchada y almidonada ropa interior.

Estas mujeres, sin embargo,

me miran desde el interior de los espejos,

levantan su dedo acusador

y, a veces, cedo a sus miradas de reproche

y quiero ganarme la aceptación universal,

ser la "niña buena", la "mujer decente"

la Gioconda irreprochable.

Sacarme diez en conducta

con el partido, el estado, las amistades,

mi familia, mis hijos y todos los demás seres

que abundantes pueblan este mundo nuestro.

En esta contradicción inevitable

entre lo que debió haber sido y lo que es,

he librado numerosas batallas mortales,

batallas a mordiscos de ellas contra mí

—ellas habitando en mí queriendo ser yo misma—

transgrediendo maternos mandamientos,

desgarro adolorida y a trompicones

a las mujeres internas

que, desde la infancia, me retuercen los ojos

porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,

porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,

que se enamora como alma en pena

de causas justas, hombres hermosos,

y palabras juguetonas.

Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,

e hice el amor sobre escritorios

—en horas de oficina—

y rompí lazos inviolables

y me atreví a gozar

el cuerpo sano y sinuoso

con que los genes de todos mis ancestros

me dotaron.

No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.

No me arrepiento de nada, como dijo Edith Piaf.

Pero en los pozos oscuros en que me hundo,

cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,

siento las lágrimas pujando;

veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,

blandiendo condenas contra mi felicidad.

Impertérritas niñas buenas me circundan

y danzan sus canciones infantiles contra mí

contra esta mujer

hecha y derecha,

plena.

Esta mujer de pechos en pecho

y caderas anchas

que, por mi madre y contra ella,

me gusta ser.


Giocanda Belli


Es poeta y narradora. Nacida en 1948 en Managua, Nicaragua, siguió a Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, poetas que habían inaugurado una nueva visión de la poesía renovando las letras de su país. En 1975 se exilia en México y en 1976 fija su residencia en Costa Rica. Ha vivido en Los Angeles desde mediados de la década de los noventa. Gioconda Belli sorprendió desde su primer libro, Sobre la grama, con poemas eróticos en los que los instintos del cuerpo se expresan con entera libertad. Sus obras siguientes, si bien continúan en esa línea muestran también preocupaciones políticas y sociales.

No hay comentarios: